sábado, 24 de noviembre de 2007

De cuando Pepe Monagas me contó el «compromiso» de las lluvias en Fuerteventura

De cuando Pepe Monagas me contó el «compromiso» de las lluvias en Fuerteventura


–Hase su calorsito... –dice al fin Monagas– Pa mí que se va a meté levante. –Sí... Se va a meter.

Volvemos a enmudecer un cuarto de hora.

–¿Usté ha oío que en Fuerteventura llovió... ? Se metió ese tiempo que llaman en Tunte «de los Molinos» y ensopó como ay años que no ensopaba... Creo que movió barrancos, tan de banda en banda,
que ni los más viejos los recordaban iguales.

Pepe hace una pausa, que aprovecha para encender la cola del virginio, con la cabeza toda cambada
y la lumbre de la cerilla lamiéndole el bigote sollamado.

–Pa mí que esa gente majorera es llorona. ¡Pa mí lo tengo! Siempre ha oído hablar de que si seco,
de que si baldío, de que si cabras escurridas, de que si manchonsitos de alfálfara
que caben en la palma de la mano... Luego, ende don Miguel de Unamuno –al que tuve el gusto
de ver en la Prasuela una sierta noche– hasta la pluma más jedionda de los periódicos, no ha quedado
perro ni gato que no haiga dicho algo ajoto de esas nubes negadas del sielo majorero... [...] Yo sigo creyendo
que son mimos y tapujos, ¿oyó?–reanuda Monagas tranquilo, imprimiéndole a cada palabra un deje de
vara y media– ¿Y sabe por qué se lo digo...? La otra mañana me cogió en el muelle la llegada del correillo de Fuerteventura.
Venía un conosío, un hombre de ay de la Oliva ée, que conosí yo aquí porque es de mi quinta ée.
Los saludemos, como es debido. Y yo le pregunté arrente lo que siempre se pregunta a esa gente
de las islas allá, según se «interesa» uno por la familia y taa...

–Qué, ¿ha llovío argo?

–Sí... –me dijo con un sí esmayao– Una jarujiya ha caío...

Me percaté de que venía serrado de negro de arriba abajo:

–¿Por quién es el luto, usté? –voy y le pregunto.

–Por mi padre, que en pas descanse...

–Vaya, hombre. Le doy el pésame y ta y ta... ¿entiende ? –le dije yo.
De vejés, el pobre –dije más, por desir algo.

Monagas saltó en el banco y se quedó sentado en el filo, vuelto hacia mí.
Medio caliente, dándole al sombrero un golpito hacia atrás, remató:

–...¿Sabe lo que me dijo? Dise: «No. De vejés, no. ¡Se lo llevó el barranco...!


Pancho Guerra, Memorias de Pepe Monagas. 1958.

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