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domingo, 7 de junio de 2009

LA IBERIA PREHISTÓRICA

Cuaderno de Arsuaga

LA IBERIA PREHISTÓRICAJueves 30 de Abril, 2009
Por Juan Luis Arsuaga
Publicado en El País Semanal

Decía Rainer Maria Rilke que la infancia es la patria del hombre. De ahí venimos y ahí permanecemos un poco para siempre. Es verdad. Pero también es cierto que la patria de todo ser humano es la Prehistoria. También venimos de ahí, porque somos en gran medida lo que hemos sido a lo largo del dilatado proceso evolutivo que empezó hace más de 3.500 millones de años. Mucho más recientemente aparecieron los primeros homínidos, en África hace unos siete millones de años, y hace “tan sólo” unos 180.000 años nos parió la Tierra, también en África, a los humanos actuales, los orgullosos y a veces insensatos miembros de la especie “Homo sapiens”.

A los primeros homínidos africanos difícilmente podemos calificarlos de humanos, aunque sean antepasados nuestros, porque no tenían muchos de los atributos que nos distinguen de los demás primates y nos hacen únicos. Ni siquiera cuando se pusieron de pie, hace quizás seis millones de años, eran radicalmente diferentes de nuestros parientes los chimpancés. Vivían como ellos en los bosques y se alimentaban de frutos maduros y de hojas y tallos tiernos. Eran todavía una rama más del árbol de los grandes monos.

'Homínidos: el origen del hombre': 'Paranthropus aethiopicus'Hubo, más adelante, grandes cambios en la geografía y en el clima de África que afectaron también a nuestros antepasados, que se fueron adaptando a nuevos ambientes, más abiertos, y a nuevos recursos. Con el tiempo su cerebro creció, incorporaron la carne a la alimentación, y aprendieron a tallar la piedra para sustituir con la tecnología lo que les negaba su morfología: la capacidad para machacar y rasgar. Estos homínidos eran de talla pequeña, comparada con la nuestra. No alcanzaban mucha más altura que los chimpancés puestos de pie.

Finalmente, los homínidos, hace cerca de dos millones de años, ya tenían un aspecto y una estatura que nos harían exclamar si los viéramos: ¡humanos! Fueron ellos los que salieron de África para poblar, por primera vez, Europa. Y aquí comienza nuestro viaje a la Iberia más profunda, la de los padres de los padres de nuestros padres.

Nos hemos acostumbrado a un hecho que, si bien se mira, es prodigioso. Resulta que la Tierra tiene memoria, que conserva recuerdos de los acontecimientos que se han producido en ella desde que se formó, de los cambios que han afectado a sus rocas, a su relieve y a los seres vivos que la han habitado a lo largo de la inmensidad del tiempo geológico. A sus paisajes, en definitiva. Y es en esos archivos donde los prehistoriadores -paleontólogos y arqueólogos-, buscamos los rastros de nuestros predecesores. Afortunadamente, la memoria de la Península Ibérica es larga y extraordinariamente completa. Los prehistoriadores españoles somos muy afortunados.

Hubo un tiempo, hace diez millones de años, en el que gran parte de la Península Ibérica estaba cubierta por una selva de árboles del tipo del laurel, que necesitaban bastante humedad y un clima benigno, sin heladas. En ese tiempo, el planeta estaba más caliente que en la actualidad. Hoy ya no se ven esas exuberantes formaciones vegetales en la Península, aunque en ciertos refugios húmedos y cálidos aún medran algunos testigos, como el propio laurel y el loro. Este último arbolillo es un pariente cercano de ciruelos y cerezos, pero no pierde la hoja en todo el año.

En los llamados “canutos” de Cádiz, que son barrancos abrigados, ciertas especies de helechos han sobrevivido al cambio climático que hizo desaparecer nuestras selvas. Los célebres pinsapos de algunas sierras de Málaga y Cádiz también llevan ahí muchísimo tiempo, gracias a las abundantes lluvias que recogen esas montañas. Pero quien quiera imaginarse mejor aquellos ambientes pretéritos, hará bien en conocer las laurisilvas canarias, esos maravillosos bosques de niebla de Tenerife y La Gomera. Y es que para entender cabalmente la Prehistoria es necesario saber mirar también fuera de las cuevas, porque el paisaje es en sí mismo un documento que registra el paso del tiempo.

Pues bien, hace diez millones de años vivían los driopitecos en las laurisilvas de nuestra Península. Eran estos unos grandes monos cuyos restos se han encontrado en Cataluña. No son antepasados directos nuestros, entre otras cosas porque aún no se había separado nuestro linaje de la estirpe del chimpancé.

Los primeros indicios de presencia humana en nuestro solar vienen del sur, de Granada, más concretamente de la comarca de Orce, donde en un par de yacimientos se han excavado utensilios de piedra de 1,3 millones de años de antigüedad. La cuenca de Guadix-Baza, a la que pertenecen estos yacimientos, es riquísima en vestigios arqueológicos y paleontológicos, pero además el campo es de una impresionante belleza, áspera y desolada, que tiene mucho de salvaje y de ancestral. Merece la pena, desde luego, recorrer y sentir estos paisajes.

Es posible que hubiera humanos antes de 1,3 millones de años en la Península, porque en el yacimiento de Dmanisi, al sur del Caúcaso, en Georgia, se han recuperado unos cráneos espléndidos de hace 1.800.000 años. Estos fósiles son de unos humanos muy arcaicos, para los que se ha creado la nueva especie Homo georgicus. Tal vez el Homo georgicus llegara hasta nuestras tierras, aunque no es, ni mucho menos, seguro.

CanibalismoPero donde sí podemos encontrarnos cara a cara con europeos muy antiguos es en el yacimiento de la Gran Dolina, en la Sierra de Atapuerca. Este hallazgo nos mantiene en vilo desde el año 1994, cuando un pequeño sondeo nos llevó hasta el nivel 6 de la estratigrafía de la cueva. Allí aparecieron los restos óseos de media docena de personas, muy fragmentados y con marcas de corte. Dos niños, un preadolescente, un adolescente y dos adultos muy jóvenes habían sido consumidos en ese lugar por otros humanos. No hay, en principio, razones para creer que se tratara de un canibalismo de tipo ritual. Si no pensamos que los ciervos y caballos que aparecen mezclados con los fósiles humanos en el yacimiento fueran consumidos ritualmente, tampoco hay por qué pensarlo de los humanos.

Para estos primeros restos europeos se ha creado la especie “Homo antecessor”. Aún no sabemos mucho de ella, porque la mayor parte del yacimiento está por excavar, pero tiene rasgos mucho más modernos que los del “Homo georgicus”. O sea, son mucho más parecidos a nosotros que los fósiles georgianos, y no es de extrañar porque entre unos y otros habían transcurrido 800.000 años de evolución.

Me he atrevido antes a llamar personas a los homínidos de la Gran Dolina y ahora quisiera extenderme un poco más sobre el tema. Físicamente, es decir “por fuera”, se parecían indudablemente mucho más a nosotros que a los chimpancés. Pero no todos los expertos admitirían sin más que cuanto más parecido sea a nosotros un homínido fósil “por fuera”, más lo será “por dentro”. Y me estoy refiriendo a sus capacidades mentales.

Los humanos de la especie “Homo sapiens” nos diferenciamos mucho de los demás animales en la mente, por utilizar un término que entiende todo el mundo. Tenemos ciertas capacidades cognitivas que no se encuentran en absoluto, o apenas están desarrolladas, incluso en nuestros parientes más cercanos. Para empezar somos conscientes de nuestra propia existencia, y de la existencia de los demás. Y también sabemos que los demás tienen una mente como la nuestra, e intentamos leerla para anticiparnos a sus actos, o para que se adhieran a nuestros proyectos, o simplemente para engañarlos.

Además podemos imaginarnos el futuro, o los posibles futuros, e intentar planificar nuestra vida a largo plazo. A veces las cosas no salen como habíamos imaginado, pero al menos tratamos de evitar futuros indeseables y ponemos los medios para que no ocurran.

Nuestra mente es, además, capaz de crear símbolos, a través de los cuales nos comunicamos. Es a eso a lo que llamamos lenguaje humano.

Y además tenemos una infancia muy larga, que supone un prolongado periodo de aprendizaje, nos organizamos en grupos en los que todos los individuos cooperan entre sí, y somos capaces de fabricar instrumentos muy complicados.

Nos gustaría mucho a los prehistoriadores saber cuándo surgieron estas facultades en la evolución humana, pero es mucho más fácil reconstruir a las especies fósiles “por fuera” que “por dentro”. La “Paleontología Cognitiva” es una disciplina con muchos problemas.

Hay, afortunadamente, un yacimiento en la Sierra de Atapuerca que nos puede ayudar en esa investigación acerca de la evolución de las capacidades cognitivas. Se llama la Sima de los Huesos, y contiene los esqueletos completos de una treintena de humanos, que van siendo recuperados poco a poco. Su antigüedad ha sido establecida en unos 400.000 años y la especie a la que pertenecen se llama “Homo heidelbergensis”. Eran unos humanos terriblemente fuertes, mucho más que nosotros; más anchos y más musculosos. Algunos tienen señales de haber recibido golpes fuertes en la cabeza, pero prácticamente no hay huesos del cuerpo con fracturas curadas; es decir, que se rompieran en vida y que luego se soldaran. Como no es posible imaginar que nadie se partiera jamás un brazo, una pierna o la cadera, hay que deducir más bien que no sobrevivían a esos traumatismos graves. Debían de ser poblaciones muy móviles y sometidas a pruebas muy duras, que raramente superarían los que se accidentaran gravemente.

El cerebro de los humanos de la Sima se acercaba ya en tamaño al nuestro, aunque todavía la media era más baja. Como además pesaban más que nosotros, su cerebro resultaba claramente inferior en proporción. No serían por tanto mentalmente como nosotros, pero ¿podemos llamarlos ya personas? Quizás la respuesta se encuentre en el propio yacimiento, porque pensamos que los cadáveres los depositaron en aquel oscuro rincón de la Cueva Mayor otros humanos como ellos. Se trataría así de una práctica funeraria, que posiblemente esté conectada a alguna idea o creencia compartida por todo el grupo. Junto con los cadáveres se ha encontrado una extraña y bella hacha de mano de color rojo, que podría interpretarse como una ofrenda.

ExcaliburTambién pensamos que aquellos humanos eran cooperativos. Esto lo deducimos de las escasas diferencias de tamaño que había entre hombres y mujeres. En los gorilas, por ejemplo, hay grandes diferencias de corpulencia entre los dos sexos, y los machos adultos no se toleran entre sí. Por eso son tan fuertes, porque tienen que combatir unos con otros.

Un aspecto muy importante del estudio de los homínidos fósiles es el del lugar que éstos ocupaban en sus ecosistemas. Lo que hoy se llama el nicho ecológico. ¿Era la población de la Sima básicamente recolectora de frutos y otros productos vegetales, y un poco carroñera? ¿O eran, además de recolectores y carroñeros, cazadores poderosos capaces de abatir grandes presas? ¿Competían en igualdad de condiciones con el lobo, el cuon, la hiena y el león, los otros grandes depredadores sociales de la época?

Hay un espléndido paraje soriano, cerca de Medinaceli, donde se han producido importantes batallas científicas por esta cuestión de la economía de los hombres prehistóricos más antiguos. En los yacimientos de Torralba y Ambrona se han encontrado muchos esqueletos de los grandes elefantes de defensas rectas. Su antigüedad es un poco inferior a la de la Sima de los Huesos, pero el tipo humano que poblaba entonces la meseta era básicamente el mismo. Algunos autores han creído que en aquellos páramos sorianos, entonces tierras pantanosas, los humanos organizaban grandes cacerías de proboscidios. Es ésta posiblemente una visión demasiado optimista de las capacidades cinegéticas de los hombres prehistóricos, e incluso de los cazadores modernos antes de las armas de fuego.

Pero que humanos como los de la Sima de los Huesos no dieran batidas de elefantes no los convierte, a mi juicio, en los más humildes de los carroñeros, porque tampoco los leones cazan elefantes en la plenitud de su vigor. Yo pienso que aquellos humanos eran muy poderosos físicamente, disponían de largas lanzas de puntas muy agudas, eran listos y estaban bien organizados. Se encontrarían por lo tanto en lo más alto de la pirámide ecológica, con la ventaja adicional sobre los carnívoros estrictos de que también sabrían aprovechar los frutos que deparan nuestros bosques a finales del verano y en el otoño. En todo caso, hay que ir a Ambrona a ver esos esqueletos de elefante y a sentir el viento de la paramera en la cara.

Los humanos que vienen después en este paseo por la Iberia más profunda son los neandertales. Siempre aclaro que no son unos humanos antiguos, o por lo menos no más antiguos que nosotros, porque se originaron más o menos a la vez. Solo que ellos lo hicieron en Europa y nosotros en África. Hace 150.000 años ya podemos hablar de “Homo neanderthalensis” y de “Homo sapiens” como dos especies que coexistían, pero que aún no convivían.

El registro paleontológico y arqueológico de los neandertales de la Península Ibérica es muy importante. Hay fósiles en las cuevas de El Sidrón (Asturias), en Cova Negra (Valencia), en Zafarraya (Málaga), en La Carihuela (Granada) y en muchos sitios más. Los últimos neandertales desaparecieron hace unos 30.000 años, quizás incluso algo menos, y parece que se extinguieron antes en el norte que en el mundo mediterráneo. El cráneo más completo procede de un yacimiento de Gibraltar, y es uno de los primeros restos que se conocieron de esta especie. Vivían los neandertales gibraltareños muy cerca de la costa, y en ocasiones explotaban los recursos marinos. El paisaje de sus correrías no sería muy diferente al del actual Coto de Doñana, por lo que ya tenemos los aficionados a la Prehistoria una estupenda excusa para visitar este rincón de naturaleza salvaje, tan lleno de vida hoy como pleno de oportunidades para los neandertales en el pasado.

Los neandertales ya no están aquí, y su extinción coincide con la llegada del “Homo sapiens” a Europa. O mejor dicho, se produce en los milenios que siguieron a la llegada de los cromañones (los representantes paleolíticos del “Homo sapiens”) a nuestro continente. Yo creo que la razón por la que ya no hay neandertales es porque nosotros los desplazamos. Eso no quiere decir que hubiera grandes peleas, pero sí que competían por los recursos disponibles en el medio. La competencia entre dos especies es tanto más intensa cuanto más parecidos son sus nichos ecológicos. Por eso precisamente, pienso yo, los cromañones y los neandertales eran incompatibles. No porque sus economías fueran muy diferentes, sino porque coincidían casi en todo.

Está claro que los europeos no descendemos de los neandertales, pero pudo, en principio, haberse dado algún caso de mestizaje si eran genéticamente compatibles (en cuyo caso no serían diferentes especies). En mi opinión, tal cosa no ocurrió nunca o casi nunca.

Encuentro entre dos humanidades: nosotros (izquierda), y los neandertales, los otros (derecha)El capítulo de la convivencia entre neandertales y cromañones en la Península Ibérica es fascinante, pero el que viene luego es deslumbrador. Para empezar el clima se hizo muy frío, despiadadamente frío podríamos decir, y el paisaje cambió completamente. Eran tiempos duros en los que los icebergs se paseaban por nuestros litorales cantábricos y atlánticos. Como había mucha agua congelada en forma de hielo en el planeta, el nivel del mar estaba más de cien metros por debajo del actual, y la línea de costa no coincidía con la presente. Prácticamente desapareció todo el bosque, y nuestros altiplanos se convirtieron en una inmensa estepa barrida por el viento en la que pastaban las manadas de caballos. Los hombres prehistóricos de las tierras del interior peninsular solo verían algunos rodales de pinos y de abedules. También formarían parte de sus vidas las indómitas sabinas. Pero en los valles más bajos y protegidos, y en refugios costeros, se acantonaban los últimos bosques templados y mediterráneos, que repoblarían la Península al terminar la glaciación.

Aquellos dilatados y rudos paisajes esteparios ya no existen, salvo en las altas alcarrias o en las tierras más secas, donde del hombre moderno ha eliminado los árboles. En esos territorios, como diría el jefe Diez Osos, el viento aún vaga libre y nada se interpone en el camino del sol.

Tenemos mudos testigos del frío en los fósiles, en las montañas y en las pinturas rupestres. La Península también guarda memoria de aquella gran glaciación. Confieso que entre las faunas prehistóricas siento debilidad por las especies que indican ambientes muy fríos, porque me transportan a las tierras del Gran Norte, a las tundras y taigas próximas al Polo. Los renos se movieron por el norte de la península, y posiblemente también por la Meseta, pero los mamuts y los rinocerontes lanudos llegaron todavía más abajo. Hay fósiles de los segundos en Madrid, aunque no conocemos su antigüedad, y restos de mamuts al sur de Granada, fechados en 35.000 años, cuando todavía vivían los neandertales. Estos rinocerontes lanudos y mamuts españoles son los más meridionales conocidos en toda Eurasia.

Otro impresionante recuerdo de la última glaciación lo tenemos en las montañas, y en todas las grandes cordilleras de la Península. Son los glaciares, que se extendieron mucho, y cuyas huellas, por ser tan recientes, se conservan muy bien. Amén de que todavía nos quedan, aunque muy reducidos, algunos glaciares “vivos" en los Pirineos. No necesitamos desplazarnos mucho para ver cómo los viejos glaciares modelaron el paisaje, labrando valles como el de Ordesa – o excavando hoyas si eran más modestos-, puliendo las rocas, y acumulando depósitos de piedras llamados morrenas. Gran parte de los españoles tenemos algún buen ejemplo cerca de casa. Los madrileños sólo tienen que acercarse a la Sierra de Guadarrama, sobre todo al sector de Peñalara, para verlos, y si viajan hasta la cercana Sierra de Gredos, la recompensa sería aún mayor.

La cima de Peñalara en la Sierra de Guadarrama (Madrid) Y por supuesto, está el arte prehistórico, tanto en forma de pequeñas esculturas e instrumentos decorados de hueso y asta, como en pinturas y grabados, bien en placas de piedra, en cuevas o al aire libre. Aquí tenemos una manifestación del espíritu humano que no se les conoce a los neandertales, y tal vez revele una diferencia sustancial en el tipo de mente. Yo no creo que los neandertales carecieran de capacidad simbólica; sabemos que enterraban a sus muertos y yo les supongo dotados de lenguaje, pero es posible que su imaginación y su creatividad no llegaran tan lejos.

Hay multitud de estaciones de arte rupestre a disposición de los españoles inquietos y curiosos, y debemos acercarnos a ellas y llevar a nuestros hijos a que las conozcan. Cuanto antes. Altamira es por méritos propios la más famosa, pero a mi me han emocionado igualmente otros muchos de estos lugares sagrados. Tantos que renuncio de antemano a hacer una lista de preferencias, entre otras cosas porque cuenta, y de qué manera, la actitud con la que uno se acerca al arte prehistórico, como a cualquier otra manifestación artística, y el estado de ánimo no siempre es el mismo. Pero puedo asegurar que todas las rocas pintadas y grabadas que he visto en mi vida han dejado en mí una huella imborrable.

Entre las estaciones al aire libre, es imprescindible visitar los conjuntos de Foz Côa, en Portugal, y Siega Verde en Salamanca. Y hay además una cueva en Cantabria, llamada La Garma, que no puedo dejar de mencionar porque, aunque no está abierta al público, nos transporta directamente al mundo del paleolítico. Su entrada se cerró en aquel entonces y ha llegado hasta nosotros intacta, con sus suelos cubiertos de restos de comida y de instrumentos, sus estructuras de habitación y sus paredes espléndidamente pintadas. El tiempo se ha detenido en La Garma.

Hace unos diez mil años terminó la glaciación, y entonces el paisaje empezó a poblarse de árboles, salvo en las montañas más altas, y adquirió su fisonomía actual. O mejor, la que tenía antes de que los primeros agricultores y ganaderos empezaran a abrir, pocos milenios después, claros en los bosques para sus cultivos y sus animales domésticos. Los últimos cazadores y recolectores explotaban todos los recursos disponibles, tanto marinos como terrestres. Ésa fue la época en la que la naturaleza salvaje proporcionó más calorías a los seres humanos.

La adopción de la economía de producción, agrícola y ganadera, se fue abriendo paso en la Península, y cada vez eran menos los que vivían exclusivamente de la caza y de la recolección. El rendimiento del terreno, naturalmente en términos de calorías para los humanos, era mayor con la agricultura y la ganadería, y por eso las sociedades con economía productiva se fueron haciendo más y más numerosas. Seguramente hubo conflictos entre unos y otros, y éste es otro tema precioso de la prehistoria ibérica. De esa época en la que se iba extendiendo la nueva economía, y desaparecía la vieja, son las famosas pinturas del llamado Arte Levantino, que se encuentran en gran parte del litoral mediterráneo y profundizan mucho hacia el interior peninsular. Un espléndido conjunto, muy digno de visitarse con calma, es el del barranco de la Valltorta, en Tirig, Castellón, pero hay otros muchos. Son pinturas bellísimas realizadas en abrigos, muy diferentes del arte de la época de la glaciación. Aparecen en ellas arqueros y danzantes, escenas de caza y de recolección. La prehistoria no termina con ellas, pero tal vez sea éste de los últimos cazadores un buen momento de poner el punto final a nuestro viaje por la Iberia auténticamente salvaje.

Portada Nature 2008, vol. 452 'The first hominin of Europe'CODA: Durante los meses de Junio y Julio del año 2007 se encontró una mandíbula en el yacimiento de la Sima del Elefante (Atapuerca) que se aproxima al millón y medio de años.

IMAGENES DE ATAPUERCA

http://psi-corypab.blogia.com/upload/20071023194707-atapuerca.jpg

http://scienceblogs.com/afarensis/atapuerca5.jpg

http://www.nodo50.org/ciencia_popular/fotos/atapuerca.jpg

Atapuerca, los inicios del hombre

15-07-2008 | Veronica Aragon

Atapuerca

Lugares de España con Encanto III: Atapuerca

La Sierra de Atapuerca es un conjunto montañoso que está situada al norte de la provincia de Burgos. Para ser exactos se localiza en el denominado Corredor de la Bureba, un paso existente entre la cuenca del Duero y el valle del Ebro. La Sierra está considerada Espacio Cultural del Bien de Interés Cultural “Sierra de Atapuerca”.

Esta Sierra ha cobrado importancia a lo largo del tiempo gracias a los importantes hallazgos arqueológicos que se han encontrado. La zona lleva siendo estudiada durante los últimos 30 años. El gran esfuerzo de los arqueólogos y los investigadores ha permitido que hoy en día Atapuerca tenga fama mundial y sea un referente importante en el estudio de la Evolución Humana. En el año 2000, la Unesco declaró este complejo arqueológico Patrimonio de la Humanidad y en 1997 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

Atapuerca es un sistema kárstico, lo que significa que está construido por una serie de galerías y conductos subterráneos. En Atapuerca se han encontrado los yacimientos en Cueva y al aire libre. Los que destacan, bien por su buena conservación o por la relevancia de la información que han aportado a las investigaciones, son los que se sitúan en la Trinchera del Ferrocarril como la Sima del Elefante, la Galeria o la Gran Dolina. A parte se encuentra la Cueva del Mirador y hay más de 50 yacimientos exteriores y un elevado número de monumentos megalíticos como los dólmenes. Como curiosidad la construcción del Ferrocarril, para llevar carbón y hierro a Bilbao, hizo que se encontrasen los primeros restos y se iniciase quizás sin saberlo en su momento, uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del país.

La Sima del Elefante contienen los yacimientos más antiguos encontrados hasta el momento en la zona, pero los estudios de la Sima del Elefante prácticamente acaban de comenzar. En la Galería se han encontrado fósiles de edades comprendidas entre 200.000 y 400.000 años. La Gran Dolina se compone de diferentes niveles con edades comprendidas entre un millón y doscientos mil años. La Cueva del Mirador pertenece a la Cueva Mayor. En la Cueva del Mirador se han encontrados yacimientos que pertenecen a la Edad de Bronce, neolítico y paleolítico superior, cronológicamente estaríamos hablando de intervalos entre 3.000 y 12.000 años. En el exterior se han encontrado utensilios líticos que muestran vestigios del Paleolítico superior antiguo.

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Además en la zona de excavaciones y yacimientos existe un parque Arqueológico que complementa la visita junto a una exposición. Es necesario reservar para realizar cualquiera de las visitas, además se pueden realizar visitas guiadas e incluso visitas por grupos.

Precios:

- adultos 5 euros, bono completo 11,50 euros

- juveniles (de 6 a 12 años) 3 euros, bono completo 6 euros

- infantiles (de 0 a 5 años) la entradas es gratuita, bono completo es gratuito.

El parque permanece cerrado del 17 de diciembre al 3 de marzo.

Información:

- Teléfono: 902024246

- www.visitasatapuerca.com

- email: info@visitasatapuerca.com

Atapuerca

Yacimiento de Atapuerca

Yacimiento de Atapuerca
1 Introducción




Atapuerca, complejo arqueológico español, situado en la sierra y en la localidad homónima, en las proximidades de la ciudad de Burgos, que ha mostrado los más antiguos fósiles humanos de Europa (anteriores a 800.000 años) y una abrumadora colección paleoantropológica, algo más moderna, sin parangón para el estudio de las poblaciones europeas de la edad de piedra, tanto más importante cuanto que su investigación ha permitido conocer las del paleolítico inferior evolucionado. Debido a su importancia, en 2000 fue declarado Patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO.

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El conjunto arqueológico

Los yacimientos, que se sitúan en diferentes puntos de un intrincado modelado labrado en las calizas cretácicas de la sierra de Atapuerca, acogen una mezcla confusa de sedimentos pleistocénicos. A uno de ellos, la Sima de los Huesos, se accede desde la denominada Cueva Mayor; no así a los restantes —Gran Dolina, Galería, Sima del Elefante, Cueva del Mirador—, a los que se llega desde el exterior, ya que la sección de sus depósitos se manifiesta limpiamente en las paredes de una expeditiva trinchera para un ferrocarril minero, cortada en la falda oeste de la montaña.

Una prospección de Cueva Mayor efectuada en 1911 por Carballo inauguró las investigaciones en Atapuerca, sin reparar en la importancia de la Trinchera hasta los trabajos preliminares de Crusafont y Jordá en la década de 1960. Sin embargo, el proyecto, actualmente en marcha, no se inició hasta el año 1974 a raíz del descubrimiento de los primeros restos humanos pre–neandertales en la Sima de los Huesos. Debe ser mencionado por su especial importancia el nombre de Emiliano Aguirre, catedrático de Paleontología de la Universidad de Zaragoza que impulsó el proyecto inicial, dirigiéndolo de hecho hasta su jubilación en 1991. Desde entonces, las excavaciones se han sucedido ininterrumpidamente, tanto allí como en la Trinchera, corriendo a cargo de un acreditado equipo de paleontólogos, geólogos y prehistoriadores, bajo la dirección de los doctores Juan Luis Arsuaga Ferreras, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell Roura.

Vaciado prácticamente el yacimiento de Galería (TG), donde se detectaron áreas de actividad humana atribuidas al achelense, el grueso de la excavación acometida en Trinchera se ha trasladado a Gran Dolina, un inmenso embudo colmatado por 18 m de sedimentos arcillosos, cuyo relleno se divide en once niveles numerados consecutivamente de base a techo. Once niveles que reflejan una secuencia paleontológica continua, correspondiente al último millón de años, en la que, sin embargo, las huellas de actividad antrópica —muy particularmente restos de piedra tallada— se limitan a los denominados TD (Trinchera Dolina) 3, 4, 5, 6, 7, 10 y 11.

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Los principales hallazgos

El documento estelar es sin duda TD6, el ‘estrato Aurora’, por haber proporcionado una fauna representativa del final del pleistoceno inferior, con la especie Mimomys savini como principal protagonista; por asociarse a él un conjunto de herramientas líticas talladas, todavía no muy relevante al reducirse la superficie excavada a 6 m2, pero que no ha dudado en calificarse como pre-achelense, y, muy en particular, por el sensacional descubrimiento de 36 restos humanos correspondientes a un mínimo de cuatro individuos, que pasan por ser, dada su anterioridad al episodio de inversión magnética de Matuyama-Bruhnes (hace 780.000 años), los huesos humanos más antiguos descubiertos en el continente europeo.

Tal vez la pieza más destacada de este conjunto sea el frontal de un adolescente cuya capacidad craneana se estima en 1.000 cm3, algo superior a la de los arcántropos javaneses de Trinil y Sangiran. De otra parte, el tamaño relativamente reducido de las piezas dentales postcaninas ha impulsado a compararlas con las del Homo habilis africano. Pero, al mismo tiempo, ciertos rasgos mandibulares apoyan la relación de estas primitivas poblaciones europeas con los propios moradores mesopleistocénicos de Atapuerca de avanzado el paleolítico inferior (aquellos registrados en la Sima de los Huesos, como veremos), insinuando su condición de antepasados de los mismos. Conocidos ciertos documentos antropológicos de notable antigüedad en el este de Europa y en Oriente Próximo —la mandíbula de Dmanisi, en Georgia (1,5 millones de años) o la estación palestina de Ubeidiya (1,4 millones de años)— faltaban hasta ahora en el oeste del continente fósiles de edad comparable, lo que contribuyó a que ciertos autores, como Gamble, defendieran que su colonización sólo habría tenido lugar hace poco más de medio millón de años. Los descubrimientos de Gran Dolina acreditan una ocupación humana de la península Ibérica de unos 800.000 años de antigüedad, y no descartan fechas aún más antiguas, a juzgar por ciertos indicios de actividad antrópica detectados en TD3 y TD4.

La Sima de los Huesos, que rivaliza en celebridad con Gran Dolina, destaca no por la antigüedad del depósito —con ser considerable, ya que remite al pleistoceno medio—, sino por su excepcional contenido: hasta 1994, todavía a medio excavar, más de 13.000 restos esqueléticos, lo que representa, con enorme diferencia, el conjunto de fósiles humanos más importante recuperado nunca en yacimiento alguno del paleolítico inferior. De hecho, la Sima aportaba entonces más del 70% de los restos humanos fósiles de todo el mundo correspondientes al pleistoceno medio, desplazando inesperadamente a un segundo plano a estaciones legendarias como L’Aragó (Francia), Chu-ku-tien (China), Petralona (Grecia), Verteszöllos (Hungría) o Steinheim (Alemania).

En realidad, el locus no es más que una minúscula cavidad situada al pie de una sima de 13 m de profundidad, pero en la que se acumulaban, junto a huesos de oso de las cavernas —no los hay de otro tipo de fauna, ni tampoco utensilio alguno de piedra—, los restos de cerca de tres decenas de esqueletos humanos, con una antigüedad mínima de 130.000 años, al decir de las dataciones U-Th y ESR de los espeleotemas que cubrían el depósito.

La feliz conjunción en la Sima de individuos de ambos géneros y de diferentes edades ha sido fundamental para conocer el acusado dimorfismo sexual de estas poblaciones pre-neandertales a las que Arsuaga y Bermúdez de Castro consideran herederas del muy antiguo Homo heidelbergensis de TD6 y estrechamente emparentadas, hasta el punto de no rehuir su inclusión en una misma especie, con los clásicos hombres de Neandertal del paleolítico medio.

La acumulación en la Sima de un número tan elevado de cadáveres completos se presta a distintas interpretaciones. La hipótesis más verosímil habla de una catástrofe natural, tal vez una repentina inundación de la galería que hubiera arrastrado hasta allí los cuerpos; pero no se descarta que pudiera constituir la expresión de una verdadera práctica funeraria, en cuyo caso nos hallaríamos ante la única sepultura conocida anterior al paleolítico medio.

Algún dudoso indicio de pinturas rupestres atribuidas al paleolítico superior, y una serie de ocupaciones neolíticas y de la edad del bronce acreditadas en Cueva Mayor, completan la panorámica de los yacimientos prehistóricos de la sierra de Atapuerca.

4

El Homo antecessor

El equipo científico español responsable del estudio del yacimiento de Atapuerca recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica en 1997. El 30 de mayo de ese año publicó en la prestigiosa revista estadounidense Science una tesis sobre los resultados obtenidos en este proyecto, que supone un auténtico reto para la comunidad científica internacional. Los restos fósiles humanos hallados durante las campañas de 1994, 1995 y 1996 en el llamados locus Gran Dolina, concretamente en el estrato Aurora de su nivel Trinchera Dolina 6 (TD6), han sido lo suficientemente significativos como para dar origen a una hipótesis que bautiza a los individuos cuyos restos han sido encontrados como parte de una nueva especie del género Homo: el Homo antecessor. De verificarse las afirmaciones del equipo codirigido por Juan Luis Arsuaga Ferreras, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, el Homo antecessor revolucionaría todos los presupuestos teóricos existentes en la actualidad en los campos de la prehistoria y la paleoantropología. La cadena evolutiva de la especie humana, muchas veces trazada, otras tantas corregida, pero siempre carente de un eslabón que le diera continuidad cronológica y, por tanto, legitimación científica, puede verse ahora completada.

Los 86 restos del supuesto Homo antecessor hallados en el antedicho estrato de TD6, pertenecen a cráneos y mandíbulas de seis individuos (dos niños menores de seis años, uno mayor de diez, uno de trece o catorce y dos adultos) que vivieron hace casi 800.000 años. Sus características antropomórficas parecen independizarles de cualquier similitud con otros restos fósiles hallados hasta la fecha en Europa, pero posibilitan la conexión entre ellos. La anterior teoría, que afirmaba que los ‘europeos’ más antiguos vivieron, como mucho, hace 500.000 años, quedaría desmontada. El Homo antecessor, que debió parecerse mucho en su físico al hombre actual, podría haber sido ese elemento que otorgaría un carácter continuo a la línea evolutiva del género Homo. Si bien la especie común a partir de la cual éste evolucionó fue recientemente identificada, el llamado Homo ergaster (localizado en Kenia y que vivió entre hace 1,5 y 2 millones de años), existía una gran variedad de teorías para explicar sus posteriores secuencias hasta llegar al resultado conocido, el Homo sapiens sapiens actual.

Según lo apuntado por los últimos descubrimientos de Atapuerca, el Homo ergaster debió rebasar físicamente su originario reducto africano hace aproximadamente 1 millón de años. A partir del movimiento espacial de aquella primera especie del género Homo, sus individuos comenzarían un desarrollo propio en Europa que conduciría a una bifurcación evolutiva. Por un lado, hacia el llamado Homo heidelbergensis, que a su vez derivaría en el Homo sapiens neanderthalensis (luego extinto, posiblemente por inadaptación frente a otras especies). Por otro, hacia el Homo sapiens sapiens. El Homo antecessor se situaría en los primeros momentos de dicha bifurcación, siendo una de las primeras fases evolutivas en Europa del Homo ergaster. No habría habido, pues, un segundo movimiento migratorio desde África (como algunos defendían) hacia Europa, esta vez de especies sapiens desarrolladas en el continente africano. Si bien parece demostrado que el primer hombre nació en África, Atapuerca podría dar las claves para pensar que la especie sapiens que acabaría por habitar en Europa surgió con aquel primer ergaster africano. A partir del Homo antecessor de Atapuerca habrían surgido el Homo sapiens sapiens y una rama extinta, la del Homo heidelbergensis, especie preneanderthalensis a la cual pertenecen los restos fósiles de 32 individuos de 300.000 años de antigüedad hallados en el otro gran locus de Atapuerca: la Sima de los Huesos, cuya vívida reconstrucción ya fue posible gracias a su magníficamente conservado ‘cráneo número 5’.

Otro hecho ha redundado en la dimensión del descubrimiento del Homo antecessor. Mientras que los 32 individuos encontrados en la Sima de los Huesos permitían creer que esta profunda fosa habría servido como lugar de enterramiento durante años al grupo humano al que aquéllos pertenecían, los huesos de sus seis antepasados de la Gran Dolina (situada a 1 km de distancia) fueron depositados de manera bien distinta en su último lugar de descanso. Los estudios de paleontología comparada efectuados sobre los fósiles del Homo antecessor revelan que las huellas y marcas de desgarro que los caracterizan, son exactamente iguales a las reconocidas en los restos de animales encontrados junto a ellos, y que se corresponden con los cortes producidos por utillaje lítico coetáneo. Ello es debido a que, de forma conjunta, los seis especímenes de Homo antecessor y la paleofauna asociada a ellos en el estrato Aurora, sirvieron de alimento a otros homínidos que practicaban la antropofagia, no pudiéndose establecer, por el momento, si se trataba de miembros de otro grupo de antecessor o, incluso, de individuos de otra especie del género Homo con quienes hace 780.000 años convivieron en este lugar.