RESISTENCIA EN ARGUINEGUÍN
Las desavenencias entre el déan Bermúdez y el gobernador Pedro de Algaba contra Juan Rejón se vieron demostradas durante la conquista. Teniéndose que defender Rejón de varios procesos en España. Recibiendo de nuevo la absolución regresa Juan Rejón a Gran Canaria en cuatro carabelas con refuerzos de hombres y víveres, que confiaron al capitán de mar Pedro Hernández Cabrón, vecino y regidor de Cádiz, para que, acompañado de Rejón y del obispo don Juan de Frías, que había sido mandado entre otras cosas para que estudiara el origen de tales distensiones entre los anteriormente descritos.
Llegados a Gran Canaria no se deja desembarcar a Rejón porque Bermúdez y Algaba hablan con Frías de que prácticamente iba a ver un baño de sangre y toma la resolución el obispo de que esto lo debían de resolver Sus Altezas. Esto tranquilizó a los dos bandos.
Bermúdez y Algaba prepararon de acuerdo con Hernández Cabrón una entrada por las playas de Arguineguín, desde las cuales, si la suerte les era favorable, penetrarían en el famoso y desconocido valle de Tirajana, centro de numerosa población isleña. Se cree a ciencia cierta que Hernández Cabrón marino y comerciante sin escrúpulos, esperaba hacer alguna presa de indígenas que se vendían entonces a buen precio, proporcionando de este modo una inesperada ganancia a sus armadores.
Llegó, pues, Cabrón con sus carabelas a la rada de Arguineguín el 24 de agosto de 1479 acompañándole el obispo, que creía con su presencia dar ánimo a los soldados y prepararles así una fácil victoria (el obispo creía firmemente en sus condiciones eclesiásticas, por eso, le dio prioridad a las sagradas escrituras, saltándose nada más que lo del no matarás y os amareis los unos a los otros. Puntos flacos y sin importancia).
Según avanzaban por el barranco con aparente tranquilidad, suponiendo a los isleños muertos de miedo por el avance atrevido del invasor, descubren algunos indígenas que los espían. Los viejos soldados que ya han estado en otras luchas empiezan a alarmarse y manifiestan su disgusto por el avance. Cabrón resuelve con retroceder pero muy a desgana diciendo con arrogancia que no tenía miedo a gentes desnudas. Entretanto, los canarios, reunidos ya en gran número sobre las escarpadas crestas que coronan el valle, seguían con viva ansiedad la retirada de sus enemigos, esperando el momento oportuno de empezar el ataque cortándoles el paso; y así fue que, cuando los vieron empeñados en una agria subida de estrecho sendero y de abruptos precipicios, lanzando al aire sus acostumbrados gritos y estridentes silbos cayeron sobre los españoles con irresistible furia, desbaratándolos desde la primera embestida, dividiéndolos en trozos aislados y arrojándolos a todos rotos y despavoridos hacia la playa, donde la refriega continuó a pesar del rápido auxilio que les prestaron los que tripulaban las lanchas. Al fin, después de grandes esfuerzos, pudo embarcarse el obispo y el jefe de expedición, a quien las gentes desnudas habían hecho saltar los dientes de una certera pedrada. Y con el resto de los soldados llegaron a bordo dejando sobre aquel campo de batalla veintiséis españoles muertos, llevándose consigo más de cien gravemente heridos y quedándose en poder de los vencedores más de ochenta prisioneros (siempre esta estadística escrita por Abreu Galindo, p. 125).
La derrota no podía se más completa ni el descrédito más general para los directores de aquella excursión. El déan y Algaba, al saber esta desgraciada noticia para ellos, comprendieron que les sería muy difícil defenderse de los cargos de impericia e impremeditación que había de dirigirles Rejón y sus parciales, y ocultando cuidadosamente a éstos las pérdidas sufridas, dieron orden a Cabrón de regresar inmediatamente a España dejando al prelado en su iglesia de Rubicón y llevándose otra vez a Sevilla a Juan Rejón que había quedado a bordo sin saber lo que había pasado.
Bibliografía: Agustín Millares Torres (Historia General de las Islas Canarias)
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