domingo, 31 de mayo de 2009

A PROPÓSITO DE LA EXPOSICIÓN LA GUERRA ENTRE LOS GUANCHES

A PROPÓSITO DE LA EXPOSICIÓN
LA GUERRA ENTRE LOS GUANCHES

Guaire Adarguma Anez' Ram n Yghasen

"Desde el 4 de octubre, el Museo de la Naturaleza y el Hombre [Santa Cruz de Tenerife] exhibe la exposición temporal "LA GUERRA ENTRE LOS GUANCHES", que se podrá visitar como complemento a la exposición permanente del museo."

"En un territorio donde los recursos son escasos y variables, la alimentación del ganado provocó entre los guanches una dura competencia por los pastos. En tales circunstancias fue fundamental la defensa del territorio propio, localizando y rechazando de forma violenta a todos los intrusos. Se trataba pues de peleas intergrupales de baja intensidad, sin comparación con los enfrentamientos bélicos dirimidos entre sistemas estatales (guerra), pues no persiguen la aniquilación o captura del enemigo. Estas y otras cuestiones se abordan en esta interesante exposición organizada por el Museo Arqueológico de Tenerife y el Instituto Canario de Bioantropología y que estará abierta al público hasta el 8 de enero del año entrante. (del catálogo de la exposición).

La temática abordada en esta exposición permite hacer algunas reflexiones en torno a determinadas sociedades, especialmente de aquellas que han basado su economía en los aspectos ganaderos y agrícolas, al contrario de otras que la han cimentado en las guerras, la esclavitud y el saqueo, invadiendo y expoliando pueblos que en ocasiones están situados a muchos miles de kilómetros del lugar de origen de los agresores.

En Canarias las disputas internas efectivamente giraban en torno especialmente a la protección de las zonas de pastos, de los auchones (cabañas y cuevas de habitación) y vías pecuarias que actúan como fundamento en la ordenación de la sociedad guanche.

Existen abundantes pruebas que corroboran el alto valor asignado al ganado en esta sociedad, además de un medio físico muy favorable para las prácticas pecuarias.

[Foto: Guerrero guanche (autor, Álvaro Morera)]

Contamos con importantes testimonios arqueológicos y literarios en este sentido: los restos faunísticos recuperados en yacimientos de los menceyatos, con una tasa elevada de ovicaprinos y cochinos (cerdos); la presencia en el interior de los achimenceyatos de amplios espacios limitados por recintos murados interpretados tradicionalmente como cercados para animales, a pesar de que en algunos sitios como por ejemplo en el poblado Los Goros (Arona) se desmiente la exclusividad de dicha función al comprobarse que en realidad son áreas más complejas que engloban distintos usos; el peso de la impronta zoomorfa en la cultura material: cerdos, cabras y cánidos, como motivos iconográficos en paneles de grabados rupestres y esculturas pétreas, figurillas votivas de arcilla, y decoraciones cerámicas y armamentísticas; las noticias de las fuentes sobre el acusado componente pastoral en la etnografía en todas las islas etcétera. Así pues, los ganados bovino y ovicaprino constituyen quizá el bien más representativo de nuestras antiguas comunidades.

En cualquier caso, la salvaguardia de los rebaños se convierte en uno de los objetivos esenciales para las élites rectoras de la isla. Tanto más si, tal como hemos propuesto en otro lugar, la cabaña ganadera llevaba tiempo circulando como mercancía de intercambio en las redes guanches de relación a larga distancia, cobijándose acaso en viejos derroteros semi-trashumantes. Adueñarse de la mayor cantidad de reses ajenas (especialmente documentado para la isla de La Palma) era una estrategia política preferente; No sólo cuando el ganado escaseaba, sino también como medida para evitar el debilitamiento de los rebaños por la endogamia.

Pero tal como expone el antropólogo francés Pierre Clastres "tal exclusividad en el uso del territorio implica siempre un "movimiento de exclusión" de los grupos vecinos." El vínculo político es la exclusión del otro: cada uno se sostiene como comunidad irreductible, imposible de ser anexada o subsumida. En estas "sociedades de ocio" (a cada quien conforme sus necesidades) no hay voluntad de acumulación, concluye Clastres.

La guerra en las "sociedades primitivas", continúa Clastres, es causa y efecto de una finalidad política buscada: la dispersión. No se trata de una violencia por la supervivencia -biologización de la violencia, le llama el autor-, tampoco la perpetuación de una torpeza para alcanzar la unidad política. Más bien lo contrario: la capacidad propia de cada comunidad de hacer la guerra es la condición de su autonomía. Guerra permanente para preservar la propia ley, es decir, para lograr un tipo de unidad política que no se base en la relación entre quienes mandan y quienes obedecen. ¿Qué tipo de "unidad" es posible fuera de la dinámica de la sumisión? Tal es la pregunta que parece ver Clastres en la "lógica de la diferencia" con la que nombra el modo de organización de las sociedades "primitivas." Lo que hace de cada comunidad una "totalidad-unidad", dirá el autor, es un territorio en tanto que es un "espacio exclusivo de ejercicio de los derechos comunitarios".

La imagen guerrera de los pueblos originarios de África y América transmitida por las crónicas de los colonizadores fue el relato que amparó una de las metáforas más fundamentales de la política moderna: en el estado "natural", los hombres están en plena guerra de todos contra todos. Al borde entre la ficción y la constatación empírica, Hobbes argumentaba que "en no pocos parajes de América, los salvajes (...) no tienen gobierno alguno, y en estos días viven de la manera casi animal que antes mencioné". Sin Estado -es la conclusión del autor de 'Leviatán'-, la guerra se generaliza y la sociedad se vuelve imposible. Lévi-Strauss concluye en una perspectiva opuesta pero simétrica a la hobbesiana: la sociedad "primitiva" es el intercambio de todos con todos y la violencia sólo adviene cuando ese intercambio fracasa. [En el grabado: Astures, guerreros indígenas]

El buen salvaje es el que está solo, se podría pensar, porque casi no hay testimonio de cualquier conquista, que no afirme que todos los pueblos invadidos son violentos. Analiza la diferencia, por ejemplo, del carácter violento de una cacería productiva, para procurarse alimento, para decirlo en términos sencillos, en contraposición con el sentido político que encierra una guerra. Reformulación de mucha historia elaborada sobre la base de tremendos prejuicios y poderosos intereses.

La cándida convicción de que la civilización europea era absolutamente superior a todo otro sistema social fue poco a poco sustituida por el reconocimiento de un relativismo cultural que, renunciando a la afirmación imperialista de una jerarquía de valores, admite en adelante, absteniéndose de juzgar, la coexistencia de diferencias socio-culturales. En otras palabras, ya no se mira a las sociedades "primitivas" con el ojo curioso o divertido del aficionado más o menos esclarecido, más o menos humanista; de alguna manera se las toma en serio. La cuestión es saber hasta dónde llega este tomarlas en serio.

En contraposición a los conflictos internos en los pueblos "primitivos" está como hemos apuntado más arriba las guerras motivadas por fines económicos, y de dominio territorial bien por causas expansionistas o por razones estratégicas o por ambas como es el caso de las Islas Canarias, que está invadida y ocupada mediante una guerra declarada unilateralmente por España, y que ha supuesto para el pueblo canario más de quinientos años de colonialismo.

Estas guerras injustas no son prácticas del pasado, están vigentes en las sociedades "civilizadas" actuales, especialmente en los Estados imperialistas tanto de determinados gobiernos europeos como por los Estados Unidos de América, quienes continúan basando sus economías en el mantenimiento de una situación de guerra permanente en varios puntos del planeta y las cuales van rotando conforme van esquilmando abierta o solapadamente los recursos de los países inducidos por ellos a los conflictos bélicos, no teniendo ningún tipo de reparos en vulnerar la legalidad internacional cuando conviene a sus inconfesables intereses.

El profesor F. Garrido Peña nos ofrece una acertada visión de la situación en la propia Europa en los siguientes términos: "Cuando comenzaron los bombardeos sobre Kosovo y Serbia los dirigentes políticos y militares de la OTAN, ante la ausencia de cualquier legitimación jurídica, empezaron a hablar de "guerra justa", de "intervención humanitaria" e incluso el entonces ministro de defensa español, Serra, declaró al diario El Mundo que se trataba de una intervención militar legitimada por el "derecho natural". El derecho internacional había sido la primera víctima del conflicto. En realidad esta crisis del ordenamiento jurídico internacional ya había tenido un episodio anterior en la primera guerra contra Irak, al principio de la década de los noventa.

Pero esta invocación a fantasmas jurídicos del pasado como el "derecho natural" o "la guerra justa" suponía, en realidad, que la víctima no era solo el derecho internacional sino el derecho mismo. Volvíamos, a una situación pre-jurídica donde los códigos morales en las relaciones sustituyen a todo el esfuerzo del siglo XX por regular y obstaculizar la resolución violenta de los conflictos. El escenario internacional retornaba de esta forma paradójica a una situación cercana al "estado de naturaleza" donde la violencia y la fuerza reemplazaban al derecho y a la política. Estas eran la consecuencia objetiva, y evidentemente deseada por los actores y agentes principales de la crisis, de pretender sustituir al derecho por la moral en la legitimación de la acción política y militar."

¿Por qué este olvido del derecho? El argumento explícito es muy similar a los usados por la crítica autoritaria y neo-derechista contra el garantismo jurídico; la ineficacia y la lentitud en la persecución de la criminalidad, solo que aquí esta crítica se extrapola al derecho internacional y a las Naciones Unidas. Lo cierto es que a Estadios Unidos y a la OTAN le resultaba mucho más cómodo un escenario moral de legitimación de sus acciones que un escenario jurídico. Aquí viene a confirmarse algo que ya viera muy bien Hans Kelsen, cuando denunciaba que el iusnaturalismo o el decisionismo eran mucho más proclive a legitimar los abusos de los poderosos que el respeto al principio de legalidad (Kelsen,H. 1986) (Schmitt, K. 1941) .

La segunda consecuencia de esta moralización regresiva de las relaciones internacionales es la reaparición de la guerra como una opción legítima, posible y hasta probable en el horizontes del concierto internacional. "Intervenciones humanitaria" "operaciones de castigo", "represalias" o, "conflicto de baja intensidad"; en fin, toda una gama de formas de guerra aparecen como instrumento legitimo (son justas las causas e injustos los enemigos) de intervención en la resolución de los conflictos internacionales. Las estrategias diplomáticas dejan de ser estrategias de mediación y pacto para convertirse en simple prolongaciones de la amenaza militar (las conversaciones llevadas a cabo en Francia previas a la intervención en Kosovo, son un buen ejemplo de esta nueva función de la diplomacia).

En una próxima oportunidad nos ocuparemos de la segunda invasión de Irak, además de las que el imperialismo esta preparando no sólo para Oriente Medio, sino también para nuestro continente africano.

Ciudad colonial de Eguerew, octubre de 2005.

Fuentes consultadas:
Pierre Clastres, 'Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas' 1977.
Eduardo Sánchez Moreno
Departamento de Historia Antigua, Universidad Autónoma de Madrid.
F. Garrido Peña
(Universidad de Jaén)
La Guerra Difusa, Los Disruptores Conceptuales y el Humanistarismo Militar.

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