sábado, 2 de febrero de 2008

Padre Zanata.


Padre Zanata. Personaje del Carnaval. Rev. Nº 194

Sábado, 02 de Febrero de 2008
Autor: Cirilo Leal Mújica

El Padre Zanata es un cura rebelde que profesa el anarquismo y la irreverencia propia de los orates, cofrades de la iglesia de San Borondón que predica la disipación y la locura del carnaval. Fiesta y rito de trastoque de valores, normas y convenciones sociales. Espacio para la expansión, el desahogo, el trastoque de personalidad, necesario todo ello para mantener la cordura, la razón, la mentira y el trabajo de todos los días. La congregación de San Borondón emerge exclusivamente en el tiempo efímero de las carnestolendas y de la permisividad. Una hermandad de padres, curas, sacerdotes, monjas y hermanitas descarriadas, presidida por el adusto obispo del Carnaval, que nace y muere al calor de la fiesta grande de la isla. Un cabildo de serios basilonistas.


Marinero y cura.

La singladura del Padre Zanata como personaje del Carnaval tinerfeño la inició prácticamente cuando era un niño en su pueblo natal de La Guancha, inspirado en la liturgia de la quema de la Carolina, el machango que con su arder, entre cánticos, rezos y desafectos, cargaba con todos los males y pesares de los guancheros. Una ceremonia, catarsis -muchas veces prohibida por la guardia civil- que actuaba como válvula de escape de la opresión cotidiana. Inmolación para la purificación. Aquel ceremonial, emparentado con las tradicionales quemas del Judas o de la Sardina, más recientemente, a pesar del miedo que provocaba en los más jóvenes, despertaba la ilusión, la emoción, la pasión por llevarse a la cara un disfraz, embutirse en un traje con los restos de la ropa de faena o encarnar un rol definido, un personaje concreto, constante, perseverante a lo largo de los años. Por tanto, el Padre Zanata se inició grumete, después marino de largas y tormentosas travesías en las aguas archipielágicas hasta convertirse en Popeye. Una noche de locura a bordo, arriba a la isla errabunda, misteriosa y dislocada de San Borondón, se pensó un naufrago y allí ocurrió el milagro: no estaba solo, la isla estaba habitada por una hermandad de carnavaleros que cumplían celosa, religiosamente con los mandamientos de la orgía y placer. El marinero de desenroló para vincularse discreta y persistentemente a la cofradía de los curas, monjas y viudas que, año tras año, arriban al Carnaval, bajo la férula de Monseñor Felipe Ravelo, el obispo del Entierro de la Sardina, que no se corta ni se arrepiente al predicar, en el corto y torbellino espacio de la fiesta de los locos, las bondades de la carne y el vino. Sin ofender la sana moral.


El yo y la máscara.

El Padre Zanata, como todos los personajes, vive en una profunda contradicción, ser otro y sin dejar ser él. Intérprete de un personaje de ficción al que le pone carne, sangre, energía, vitalidad, inteligencia, mucha creatividad, procurando no dejarse arrastrar por la magia, fuerza, el influjo y la autonomía de lo que encarna o a quién da vida. Este duelo, pugna y rivalidad que, en algunos casos, pudiera llegar al conflicto psicológico si no le pone marco, distancia y razón -diría Susana Isoletta, psicoanalista, profunda conocedora del mundo de los personajes del carnaval-, se complica en el caso de Pedro Pérez Pérez: ser él mismo, cura y marinero. Cuando pisó la orilla mágica de San Borondón pensó, cual navegante iluso, que dejaba atrás el personaje de la mar. Ignoraba que la memoria colectiva del Carnaval le perseguiría como una sombra, como un eco. Voces, nacidas incluso dentro de la cofradía, que le recordaban su pasado y oraban, rezan, para que vuelva a su viejo oficio de la mar. El Padre Zanata se sabe apóstata de la marinería, quiere seguir acogido al palio de la fiesta más lúcida y celestial que el ser humano ha inventado para ser más comprensible, sufrible y pasable la vida en el valle de lágrimas. El Carnaval no deja de ser una mascarada actual de viejas manifestaciones festivas como purim, kronias, beyram, cristmas, saturnales, bacanales, lupercales, etc.




El ruido del Carnaval.

Los personajes del Carnaval se definen como tales por una serie de rasgos, entre los que destacan la continuidad del rol que ejecutan durante las fiestas, el don de la interpretación y de improvisación, así como la capacidad de reflexión y análisis, tanto del fenómeno festivo como de las características de sus ceremoniantes. Pedro Pérez, el Padre Zanata, es uno de ellos.

“Antes celebrábamos mejor los carnavales saliendo desde por la mañana. Teníamos todo el día para ir de un lado para otro, en Santa Cruz o en el Puerto de la Cruz. Daba tiempo de todo. Ahora, con la moda de salir por la noche, a las dos o las tres de la mañana, el Carnaval se vive de otra manera. A esa hora no puede existir personaje del Carnaval. El personaje del Carnaval es el que está en contacto directo con el público, en el coso, en la cabalgata, en la calle, en los concursos. Está presente donde hay público. Mezcladito con las murgas, con las rondallas, con las comparsas. Los personajes empezaron en la época de los bailes. Salieron en contacto con la gente. En los bailes del Teatro Leal, me acuerdo yo cuando estudiaba en La Laguna, las mascaritas daban la lata y la gente no sabía quiénes eran. Ese ambiente ayudaba a que salieran personajes. Gente que se animaba a salir siempre con el mismo traje, con el mismo disfraz, con el mismo tema; ser continuos en su personaje y vivirlo. Con los nuevos horarios van escaseando los personajes. Yo no noto que se vayan sumando nuevos personajes. La cantera va aflojando. No quiere decir que hay que volver a los bailes de salón, todo lo contrario, el Carnaval es una fiesta de la calle. Sacarlo de la calle es cargárselo. Si hay que controlar algo, es el pique de músicas, tanto ruido, tanto bullicio tampoco facilita al personaje del Carnaval. Antes había grupitos de músicos por las esquinas, tocando trompetas, cacharritos e instrumentos de aire. Creaban un ambiente. Espontáneo. A esa gente sólo se la veía en carnavales. Los altavoces se cargaron a esos músicos de la calle. Los silenciaron. Para ser personaje del Carnaval hay que llevar el espíritu del Carnaval en los genes. Personas que si no salen al Carnaval lo pasan mal. Los que no saben disfrutar del Carnaval piensan que ser personaje es hacer el ridículo. Yo creo que en Carnaval es cuando más hay que hacer ese ridículo, cambiar la vida de todo lo que llevas todo el año y ser otro. Siente uno cierta felicidad. Interpretar o cambiar de vestimenta ya produce placer. Hay mucha gente que no entiende esto. No les entra en la cabeza. No lo saben vivir. Es como un bichito que se lleva en la sangre. Te impulsa a salir aún cuando esté prohibido. Como mucha gente que se la jugaba cuando el franquismo”.

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