jueves, 7 de febrero de 2008

El pino de Pilancones: réquiem por un gigante

Febrero, 2008
El pino de Pilancones: réquiem por un gigante


Juan José Jiménez

La desaparición del Pino de Pilancones, uno de los árboles más antiguos del archipiélago con sus cuatro siglos de vida, ha originado una contundente reacción de decenas de lectores, que critican la desidia de las instituciones con el patrimonio de la Isla, incluidos los parques arqueológicos, la excesiva urbanización y el desprecio por el medio ambiente. El pasado viernes Gran Canaria se amanecía con la noticia de la caída y muerte del Pino de Pilancones, uno de los cien árboles más singulares del país, y superviviente de la naturaleza arrasada desde que en tiempos de la Conquista la brea, el carbón, el pastoreo y la tala indiscriminada convirtiera a Gran Canaria en una maceta arrasada.

Con cuatro siglos entre copa y cepellón, el gigante vio pasar no sólo a los primeros conquistadores sino también a los últimos canarios supervivientes, los mismos que eran sometidos a convertirse al cristianismo para alcanzar el 'privilegio' de ser enterrados al final del Camino de los Muertos, una vereda que tenía en el famoso pino uno de sus descansaderos.

Con unos 25 metros de altura y un grosor que alcanzaba los 5,45 metros el ejemplar sufrió y superó a lo largo de su vida varios incendios, pero fue en el pasado verano cuando quedó herido de muerte, rematado hace muy poco por una hoguera encendida por un grupo de cafres en el interior de la gran brecha que lucía en la base de su tronco.

La reacción de los lectores desde que se ofreció la información hasta que se cerró el foro de opinión de laprovincia.es superó ampliamente el centenar de comentarios, entre los que destacaban las críticas razonadas a la 'no' política medioambiental del Cabildo de Gran Canaria y también del Gobierno de Canarias, especialmente en la nula gestión de unos espacios que, si bien están formalmente declarados como tal, no disfrutan ni de planes de uso y gestión ni de medios materiales y recursos humanos para preservarlos, crítica que se hace extensiva a los parques arqueológicos abandonados y a la excesiva urbanización del territorio.

Así, uno de los lectores afirma que declarar estos espacios protegidos ha llevado a que, paradójicamente, esos lugares "hayan quedado totalmente desprotegidos". Ni siquiera la intervención de un firmante que se declaraba técnico de medio ambiente y que porfiaba que el árbol se encontraba "clínicamente muerto" servía para atemperar el ánimo, mientras otros muchos relataban recuerdos de excursiones realizadas a la vera del "abuelo de Gran Canaria", y que disponía, y dispondrá aún , según la asociación vecinal de Ayagaures, de un libro de visitas en el que se estampaba la sensacional impresión que provocaba en el visitante.

Amores, tenderetes, competiciones, acampadas clandestinas y jornadas de científicos terminaban en la sombra de un árbol que no superó el cambio de siglo, pero que quedará en la memoria como uno de los símbolos de la isla antigua o aquella Gran Canaria que sus hijos y nietos jamás volverán a ver.

Un lector, Llarena, lo resumía así: "Se despidió solo, cayó en la noche para que nadie lo viese sucumbir. Oscura noche, oscuro paisaje, oscuro futuro..."

Información de: La Provincia, 3-2-2008

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