Domingo, 13 de Julio de 2008
Autor: Aurora López Gutiérrez
Se cuenta en La Gomera que existían, en siete puntos distintos de la isla, otras tantas fuentes, de las cuales brotaba un agua encantada cuyo origen en las profundidades de la isla era por todos desconocido. Las jóvenes del lugar acudían cada año a estas fuentes a beber de sus aguas, que decían tener propiedades milagrosas, y a cumplir con un misterioso ritual. Cada una de ellas debía reunir agua de las siete fuentes y con ella formar un pequeño estanque, hecho a base de beas, musgo y yedra, para luego mirarse reflejada en él y prever, por el tono que tomaba el agua, su futuro amoroso. Si el agua permanecía clara, el amor estaba en camino, pero si se tornaba turbia, era signo de malos presagios.
Ante este suceso, Gerián, el sabio del lugar y encargado de atender el ritual de las damas, apartando a las otras jóvenes, se dirigió a Gara y, como en trance, comenzó a recitarle su visión del presagio. “La muerte está acechando en las sombras... Como lo de arriba es lo de abajo y lo que fue será, lo que ha de suceder sucederá... Dentro de cuatro lunas, el amor te llegará por mar, pero está hecho de fuego, Gara, y si no te alejas de él, te consumirá”, predijo seriamente el vate. Gara, sin decir palabra y bajando los ojos, volvió a su poblado, esperando que todo fuera un mal sueño. Pero el mal augurio corrió de boca en boca hasta llegar a su aldea.
Al mes siguiente, en las vísperas de las fiestas del Beñesmén, en las que se celebraba la recolección de la cosecha, llegaron a La Gomera por barco los Menceyes acompañados de sus hijos y demás familiares. El Mencey de Adeje venía escoltado por su hijo Jonay, de destacado valor y notable fuerza, para competir en las diversas pruebas que se desarrollarían en las fiestas: el salto del pastor, el esquivo de piedras, la escalada y la lucha del palo, el levantamiento de rocas... todas ellas, para demostrar la gallardía de los jóvenes ante las doncellas casaderas.
Era una noche calurosa de septiembre, y, entre las hogueras de la celebración, Gara no podía apartar sus ojos del joven príncipe, de fuerte torso, grandes ojos gualdos e incendiada rubia cabellera. A su vez, la mirada de Jonay se cruzó con la de Gara, y, sin remedio, quedó atrapado en la inmensidad de sus ojos negros, la finura de su rostro, la sinuosidad de su porte y su larga y densa melena de azul y ébano. Parecían la noche y el día, dos seres inacabados que se completaban el uno al otro, condenados a amarse, pero en la distancia que el alba pone entre ellos.
Gara, recordando la advertencia del sabio, emitió un doloroso gemido y abandonó el lugar ante la mirada de los presentes, que no pudieron sino percatarse de la energía apasionada que emanaba de los dos jóvenes.
Jonay, no entendiendo por qué aquella hermosa criatura corría de su lado sin haber tenido apenas tiempo de saber su nombre, la siguió hasta darle alcance, y, apenas hubo rozado sus manos, ambos supieron que estaban destinados a quererse para siempre. Entre la murmurante muchedumbre, volvieron al campo de hogueras, donde se encontraban sus familias, juntos, de la mano, para anunciarles su compromiso.
En aquel momento, desde la isla vecina, el majestuoso volcán que reinaba en su centro, el Teide, antes conocido como Echeyde, o infierno, comenzó a tronar, y escupiendo lava y fuego de sus entrañas, parecía avisar del cumplimiento del aterrador presagio. Jonay, el impetuoso príncipe de la Tierra del Fuego, unido a la inocente y bella Gara, princesa del Lugar del Agua, auguraba una tragedia de amor imposible, que traería grandes males a la isla.
Los padres de ambos, atemorizados por la terribles desgracias que podrían acaecer a sus gentes, los separaron y los llevaron a un lugar apartado para darles orden de no volver a verse nunca más.
Cuando las fiestas concluyeron y el volcán hubo apaciguado su furia, todos los menceyes volvieron a sus lugares de origen, entre ellos, un apesadumbrado Jonay, que regresaba a Tenerife con una herida en su alma y un hueco en el pecho, pues su corazón se había quedado en La Gomera, junto a Gara.
Pasó el tiempo y la pasión que había nacido entre los amantes no decreció ni un ápice. No hubo ni un solo día en que el uno no pensara en el otro. No soportando más su desasosiego, Jonay decidió una noche lanzarse al mar, desde la punta del Teno, cerca de la costa de Adeje, para ir en busca de su amada. Cuentan que Jonay nadó toda la noche, ayudado por dos vejigas de animal, que, atadas a su cintura, le ayudaban a flotar cuando creía desfallecer.
Cuando el amanecer apuntaba, acabó la larga travesía, llegando a la playa de Cheremía, en la isla de su amada. En un esfuerzo sobrehumano, subió a través de la escarpada orografía del lugar hasta las húmedas tierras bañadas por el río Guará, de donde su novia procedía. En la orilla del río, cerca ya del poblado, se detuvo a refrescarse y reunir la fortaleza necesaria antes de reunirse con ella y proponerle una huida juntos.
Con el sol tibio del alba filtrándose entre la arboleda y el solo sonido del murmullo del río, Jonay descubrió a su amada, que, no pudiendo conciliar el sueño, se había dirigido a este hermoso paraje a pensar en él. Al encontrarse, los enamorados se abrazaron impetuosamente, fundiéndose en un solo ser, y, sin decir palabra, entendiéndose sólo al mirarse, emprendieron la huida para buscar cobijo en los bosques.
Al despertar las gentes del poblado, el padre de Gara notó su ausencia y, tras buscarla por todas partes, un horrible presentimiento le aterró. Al enterarse de la huida de su hija, furioso, mandó a todos los hombres de la aldea en su búsqueda.
Los amantes, mientras tanto, agotados por la carrera y con el corazón desbocado, llegaron a uno de los picos más altos de la isla, la cima del Cedro. Detuvieron sus fatigados pasos junto a la roca sagrada, al borde del precipicio, donde, exhaustos, se entregaron a amarse.
No sintieron entonces nada a su alrededor más que el calor de sus cuerpos y el sonido de las palabras de amor susurradas al oído, estremecimiento de caricias y humedad de besos... Por esta razón, no notaron los pasos que se acercaban, el ruido del gentío y los ojos que se clavaron en ellos.
Rodeados y sin salida posible, los jóvenes, con el alma desolada, supieron que jamás podrían compartir su amor en este mundo, y, como si de una sola mente se tratara, sus manos cogieron una vara de cedro afilada por ambas partes, que colocaron entre ellos apuntando letalmente a sus corazones. El padre de Gara dejó salir un angustioso grito, pero era demasiado tarde. Se miraron a los ojos, se fundieron con fuerza en un último abrazo y, con sus corazones unidos para siempre, se lanzaron al vacío. Gara, la princesa del Agua, y Jonay, el príncipe del Fuego. Su amor perviviendo por siempre, más allá de sus cuerpos, en estos parajes. Agua y fuego fundidos en un todo, en un humo eterno.
Todavía hay quien dice en la isla que, al despuntar el alba, pueden escucharse sus juguetonas risas entre los verdes bosques de laurisilva y el sonido unísono de sus corazones, latiendo conjuntamente en la cima de la isla, llevando ambos, en su recuerdo, sus nombres.
Comentarios:
Añadir un nuevo Comentario Martes, 15 de Julio de 2008 a las 11:36 am - Jonay GCCreo que es la leyenda canaria más bella y a la vez más triste de todo el legendario de las Islas. Su moraleja es clara....¡¡¡ Canarias siempre unida entre Tierra (hecha del Fuego) y Agua !!!
Me siento orgulloso de llevar este nombre aborigen y mostrar el significado del mismo.
como todo en nuestra Tierra, fuego y agua, volcan y lava,mar y agua.Al igual que cada una de las islas tiene su leyenda, sin duda la Isla de la Gomera es una Tierna y hermosa historia de amor, como paz y amor resuma en cada rincon, las piedras, los caminos,el paisaje, la vegetacion,las fuentes y manantiales y las gentes de la gomera.No hace falta que vayan porque asi solo las que la amamos podermos disfrutar.Como lo hisieron nuestros padres.Me siento orgulloso que mis origenes sean gomeros.