Primeros años
Johannes
Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo
de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa
de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else
Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión
llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394
y 1399.
En el hogar familiar, el joven Johannes fue
tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de
acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes
trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la
oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los
moldes de arena que empleaban los fundidores.
Johannes Gutenberg
Así
transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando
Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las
terribles consecuencias de una violenta agitación social y política
entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los
gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste
tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro
años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo
confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos
documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su
vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa
matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür.
Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de
Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del
Ill.
El proceso de Estrasburgo
En
Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans
Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas
con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que
Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin
embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que
procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo
protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto
de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos
insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor
llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba
dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre
otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la
cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas
Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del
fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación
económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba
dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue
llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los
herederos.
El proceso de Estrasburgo sirvió al menos
para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente,
Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los
orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no
pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller
del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En
qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de
moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero
todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.
Detalle de una de las biblias de Gutenberg
Cuanto
más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se
comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo,
que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre
los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y
sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas,
obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con
éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un
hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo
que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar
durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento
procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se
había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores
de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de
metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que
allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la
originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.
De nuevo en su ciudad natal
Permaneció
en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción,
aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad
contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde
su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia,
adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la
ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente
como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de
él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años
de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar
las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años
más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su
socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y
constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido
moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer,
un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los
trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y
Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a
impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la
comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores,
prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello
surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En
1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del
nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el
número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280
páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se
precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120
ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13,
respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la
publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial
contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos
financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor
2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con
los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la
mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con
Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en
gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde
con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron,
en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que
lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió
de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la
dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con
Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos.
Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le
llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la
comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó
con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del
ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un
pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras
menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra
los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas»
habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros
testimonios y características, obra de Schöffer.
Obreros en una imprenta como la que ideó Gutenberg
A
partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica
gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de
Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y
le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg
falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó
escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la
iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia
fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la
ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su
emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva
el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para
ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando
por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A ello
contribuyó, sin duda, la violenta ocupación de Maguncia en 1462 por
Adolfo II de Nassau, el cual entregó la ciudad al saqueo y pillaje de
sus tropas. Numerosos habitantes huyeron, entre ellos Peter Schöffer,
que se instaló en Frankfurt y fundó allí un nuevo taller de artes
gráficas. A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades
importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas
siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo
hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue
introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres
en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso
que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.
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