Biografía de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1833-1840)
Reina consorte, reina gobernadora y reina madre
Palermo, 27 de abril de 1806 - Sainte-Adresse (Le Havre), 22 de agosto de 1878
Palermo, 27 de abril de 1806 - Sainte-Adresse (Le Havre), 22 de agosto de 1878
María Ángeles Casado Sánchez
Monumento dedicado a María Cristina de Borbón en Madrid, en 1893, en la confluencia de las calles Felipe IV y Moreto.
Bronce de Mariano Benlliure sobre pedestal del arquitecto Miguel Aguado
Bronce de Mariano Benlliure sobre pedestal del arquitecto Miguel Aguado
La reina María Cristina de Borbón, última de las cuatro esposas del rey Fernando VII,
tuvo un especial protagonismo en el tiempo del afianzamiento del
régimen liberal y del difícil y lento cambio de las viejas estructuras
del Antiguo Régimen en España, cambios que la Corte se resistió a
asumir. Al iniciar sus responsabilidades de gobierno, durante la minoría
de edad de su hija Isabel II,
María Cristina se halló ante un ambiente político muy crispado, en el
que las distintas fuerzas (liberales, divididos entre moderados y
progresistas, carlistas, etc.)
mantuvieron duros enfrentamientos entre sí, alcanzando cotas de
crueldad difícilmente igualables en la primera guerra carlista. Por su
parte, las potencias absolutistas europeas, en particular la Santa
Sede, Austria, Prusia y Rusia, se negaron a reconocer a Isabel II como
reina de España y a su madre, como reina gobernadora en la minoría de
edad de la reina niña. En ese periodo, se pusieron en marcha una
serie de medidas revolucionarias que, en buena medida, despojaron de
su poder a la Iglesia española, la cual las rechazó con el apoyo de
Roma. No fue un tiempo fácil, pero tampoco María Cristina fue capaz de
desempeñar adecuadamente las responsabilidades de su cargo,
condicionada por su miedo constante a la hidra revolucionaria, a la
anarquía, al régimen representativo y su apego al poder absoluto tal y
como lo habían desempeñado sus antepasados.
Si sólo hubiera sido reina consorte, la trascendencia
del personaje habría sido escasa. Al recibir las riendas del poder
ante la incapacidad y muerte de su marido y convertirse en reina
gobernadora, adoptó un comportamiento político que no contentaría sino
a un restringido grupo de políticos, representantes de las tendencias
más conservadoras del partido moderado. De ser un personaje recibido
con simpatía en todo el reino, y especialmente en Madrid, con la
excepción de los partidarios del absolutismo más extremo, pasó a verse
obligada al exilio en 1840 y 1854 y denunciada en las Cortes. Las
complejidades de su vida privada no le permitieron tener una mayor
capacidad de maniobra en demasiados momentos. El hecho de ser mujer,
tampoco.
La princesa de la Corte napolitana
María Cristina de Borbón y Borbón, hija de Francisco I, rey de Nápoles y de María Isabel de Borbón, infanta de España e hija de Carlos IV,
nació el 27 de abril de 1806, en Palermo, ciudad en la que se había
instalado la familia real, obligada a trasladarse a la isla de Sicilia
ante los vaivenes políticos de la época napoleónica. Después de la
derrota definitiva de Napoleón Bonaparte, los Borbones volverían a
Nápoles, que se convertiría, a partir de 1816 y en virtud de los
acuerdos del Congreso de Viena, en la capital del nuevo reino de las Dos
Sicilias.
La Familia de Francisco I.
Óleo sobre lienzo de Giuseppe Cammarano (1820), 313 x 397 cm.
Museo de Capodimonte (Nápoles)
Óleo sobre lienzo de Giuseppe Cammarano (1820), 313 x 397 cm.
Museo de Capodimonte (Nápoles)
María Cristina es la muchacha situada junto al busto de su abuelo, Fernando IV de Nápoles o I
de las Dos Sicilias, a la que abraza su hermana Luisa Carlota. Los
futuros reyes de Nápoles, Francisco y María Isabel, están acompañados
por sus hijos. El cuadro fue un regalo del príncipe heredero del reino
de las Dos Sicilias a su padre. El Vesubio, símbolo de Nápoles por
excelencia, humea al fondo.
A pesar de que en alguna ocasión se ha afirmado que
en la Corte de Nápoles existía un cierto talante liberal, los hechos
no parecen demostrarlo. Después de la gran convulsión política
generada por la revolución en el tránsito del siglo XVIII al XIX,
los monarcas europeos, entre los que no eran excepción los de
Nápoles, no eran especialmente partidarios de los regímenes
constitucionales.
María Cristina nació en el seno de una familia
reinante que se había visto desposeída del Trono y obligada al exilio
por la revolución. Si en 1820 el rey de las Dos Sicilias aceptó el
régimen liberal, lo hizo forzado por las circunstancias. La educación
recibida por la princesa y el ambiente de la Corte en la que pasó su
infancia y adolescencia no la predisponían a aceptar grandes cambios
en un futuro que todavía estaba lejano. María Cristina, que en un
primer momento no parecía destinada a tener responsabilidades de
carácter político, fue educada de una manera tradicional y sólo llegó a
tener nociones de las disciplinas básicas para poder desempeñar un
papel aceptable en los ámbitos palaciegos en que tendría que vivir. La
princesa era de trato agradable y capaz de relacionarse con
facilidad, gracias al dominio de las lenguas, que utilizó a lo largo
de su vida. Las cartas que escribirá a su hija Isabel en castellano no
denotan la influencia del italiano o del dialecto napolitano, ni
tampoco galicismo alguno. Su afición a la música la llevaría a crear,
ya como reina consorte, el Real Conservatorio de Música de Madrid.
María Cristina debió de estar dotada de una inteligencia natural, que
hubiera podido desarrollarse con una mayor dedicación al estudio y que
no siempre utilizó para seguir el camino más adecuado para su
supervivencia política. Como princesa del reino de las Dos Sicilias,
su escasa preparación intelectual, especialmente en el terreno de la
política, no era un problema grave, como tampoco lo fue siendo reina
consorte, pero como Reina Gobernadora tendría la mayor trascendencia,
como la tuvo igualmente en el caso de su hija Isabel.
María Cristina, reina consorte. El primer ejercicio del poder
Fernando VII
y María Cristina paseando por los jardines de palacio, probablemente el
de Aranjuez, en la primavera de 1830, cuando se confirma el embarazo
de la reina.
Óleo de Luis Cruz y Ríos, 498 x 710 cm. Museo de Bellas Artes de Asturias (Oviedo)
Óleo de Luis Cruz y Ríos, 498 x 710 cm. Museo de Bellas Artes de Asturias (Oviedo)
María Cristina llegó al palacio real de Aranjuez el 8
de diciembre de 1829 y al día siguiente se celebró la ceremonia de
esponsales, en la que, curiosamente, el protagonista masculino, por
poderes, fue Carlos María Isidro, en esos momentos el primero en la
sucesión al Trono. La nueva reina de España fue acogida con entusiasmo
por todos aquellos que confiaban en una futura maternidad que
apartase de la línea sucesoria al hermano del rey, a quien en esos
momentos apoyaban los más exaltados realistas, muy numerosos en todo
el país.
Meses después de su llegada, en marzo de 1830, Fernando VII
hizo pública la Pragmática Sanción, un texto legal, aprobado por las
Cortes de 1789, que anulaba la preferencia en la sucesión al Trono de
las líneas masculinas colaterales de descendencia sobre las líneas
femeninas directas. Si el embarazo de la reina, hecho público semanas
después, llegaba a término, la ascensión al trono de Carlos María Isidro
quedaba descartada, incluso en el caso de que naciera una niña. La
reina, según se desprende de la documentación consultada y de recientes
publicaciones, fue acotando espacios en la Corte, en los que la
presencia de los hermanos del rey, y especialmente la del infante don
Carlos y su familia, comenzó a ser restringida.
El 10 de octubre de 1830 nacía la infanta María
Isabel Luisa, y el 30 de enero de 1832 la segunda hija de los reyes,
la infanta Luisa Fernanda. María Cristina había cumplido su misión
principal como reina consorte, pero, y en esto había una total
continuidad con la tradición, no tuvo ningún protagonismo político en
esos dos primeros años de su vida en la Corte. Sin embargo, a partir
de los llamados Sucesos de La Granja, el 6 de octubrede 1832,
María Cristina fue habilitada por Fernando VII, muy debilitado por la
enfermedad, para el despacho general de los asuntos políticos. La
reina consorte se transformó en Reina Gobernadora en los tres últimos
meses de 1832.
Es entonces cuando se forja la idea y se construye la
imagen de su proximidad a los liberales, como también de su
disposición en un futuro más o menos próximo a aceptar un régimen
constitucional, dependiendo del tiempo de vida que pudiera quedarle a
Fernando VII. En los últimos meses de 1832 cambió el Gobierno, fueron
sustituidos los capitanes generales afectos a las tendencias
ultrarrealistas, se abrieron las universidades, se publicó un decreto
de amnistía, pero también se decía en un escrito de Cea Bermúdez,
fechado el 3 de diciembre, que la reina «se declaraba enemiga
irreconciliable de toda innovación religiosa o política...».
Al comenzar el año 1833, el rey la relegó de sus
funciones, agradeciendo públicamente todos sus desvelos. La reina
quedó alejada del poder efectivo, pero se había forjado la leyenda de
una reina liberal y generosa, leyenda que el tiempo, su avaricia y sus
actuaciones se encargarían de destruir, al menos parcialmente y que,
en parte, volvería a resurgir coincidiendo con la regencia de María
Cristina de Habsburgo, a partir de 1885.
María Cristina, reina gobernadora
Una vez fallecido Fernando VII el 29 de septiembre de
1833, su viuda se presentó de forma inmediata a sí misma como Reina
Gobernadora. Esta fórmula, de connotaciones absolutistas, que jamás
aceptaría María Cristina de Habsburgo en su regencia, fue la utilizada
en la documentación oficial de la minoría de edad de Isabel II y
María Cristina de Borbón siempre firmó con ella la documentación
oficial.
La primera y mayor preocupación de la viuda de
Fernando VII y el Gobierno fue controlar a los partidarios de don
Carlos que, desde Portugal, se había proclamado rey de España al
conocerse la muerte de su hermano. También los liberales eran mirados
con recelo, especialmente aquellos que el embajador francés llamaba
del «partido del movimiento», los futuros progresistas. En el ámbito
de su vida privada, María Cristina, comenzó a formar, a partir de
diciembre de 1833, una segunda familia con Fernando Muñoz, que debía
permanecer en secreto para que ella pudiera mantenerse en el poder. Su
segundo esposo y los hijos habidos con él le aportaron felicidad como
mujer, pero también graves complicaciones y no sólo en el terreno de
la política.
A pesar de sus tendencias absolutistas, las
dificultades generadas por la guerra carlista en el frente, las
provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión
ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la
existencia de un régimen representativo basado en el muy moderado Estatuto Real.
Más adelante, los estallidos revolucionarios que se produjeron entre
1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837.
El Estatuto reconocía a la Corona prerrogativas muy amplias, pero la
nueva Constitución imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso
la reina regente, en el ejercicio de sus funciones y le obligaba a
compartir la soberanía con la nación. Al mismo tiempo, las revoluciones
urbanas habían potenciado el acceso de los liberales progresistas a
los Ayuntamientos y ello hacía más difícil el control gubernamental de
las grandes ciudades.
El fin de la guerra carlista dio alas a la reina
gobernadora y a sus más fieles seguidores, los liberales más
moderados. Ambos, en clara connivencia, pretendieron frenar los
cambios que se habían ido operando en los años anteriores y,
especialmente, recuperar el control de las grandes ciudades, mediante
la Ley de Ayuntamientos. La actuación de los progresistas en las
ciudades más importantes del país y el escaso apoyo del Ejército, en
especial del general Espartero, para acabar con el movimiento
revolucionario urbano de 1840, decidieron a la regente a renunciar a
su cargo en Valencia el 12 de octubre de 1840. También influyó en ello
las tensiones vividas como consecuencia de su irregular unión con
Fernando Muñoz. Debe recordarse que los hijos que iban naciendo de esa
relación eran separados inmediatamente de su madre y enviados a
Francia. Hacia ese país se dirigió María Cristina de Borbón, desde el
puerto de Valencia.
En el tiempo de su regencia se consumó la crisis
definitiva del Antiguo Régimen: desapareció de forma definitiva el
régimen señorial, se llevó a cabo la desamortización de las tierras de
la Iglesia, se decretó la liberalización de la industria y el
comercio, se empezó a racionalizar la Administración, se derrotó al
carlismo y, a pesar de la resistencia de la Corona, se consolidó un
régimen constitucional con la Constitución de 1837.
Reina Cristina, reina madre
El primer exilio se alargó desde el 17 de octubre de
1840 hasta el 22 de marzo de 1844. Después de un viaje a Roma en el
que María Cristina obtuvo la absolución papal por las actuaciones
revolucionarias contrarias a la Iglesia, (en especial el proceso
desamortizador y la supresión de la mayoría de órdenes religiosas) y
la aceptación de su relación conyugal con quien ella consideraba su
esposo, la pareja Muñoz y Borbón se instaló en la ciudad de París
donde adquirieron un palacete urbano en uno de los barrios más
exclusivos y también el palacio de Malmaison, en Rueil, que había sido
el refugio de Josefina Beauharnais y Napoleón.
Desde París, y bajo los auspicios de Luis Felipe,
intentaron controlar o recuperar el poder para sí mismos y el círculo
de sus fieles, los moderados. También pretendieron manejar de acuerdo a
sus intereses a la reina niña y a su hermana, a través de personajes
de la Corte que nunca aceptaron el régimen representativo. En 1841
potenciaron un golpe de Estado que, en el caso de haber triunfado, les
habría devuelto al poder en Madrid. Durante el exilio francés
mejoraron su capacidad de hacer negocios y enriquecerse de manera
directa o través de socios interpuestos, una práctica que había sido
consustancial a la ex regente y su marido secreto desde tiempos
anteriores.
Con la declaración de la mayoría de edad de Isabel II,
Fernando Muñoz recibió el título de Duque de Riánsares y María
Cristina pudo regresar a España, entrando en Madrid el 22 de marzo de
1844. El matrimonio Muñoz y Borbón se formalizó el 13 de octubre de
1844. A partir de ese momento la pareja formada por la reina madre y
el Duque de Riánsares, como se les citaba en la prensa, siguió
ampliando sus posesiones y su riqueza y siguió controlando grandes
parcelas de poder político a través del ala más conservadora del
partido moderado, en una etapa en la que Isabel II mostraba una total
dejación respecto a los asuntos de la política.
La Constitución de 1837 fue sustituida por la de 1845,
mucho más restrictiva en materia de participación política y
libertades y más favorable a la Corona. No puede negarse que el
régimen liberal se consolidara en el reinado isabelino, pero las cotas
de libertad y la capacidad de actuación política seguían vetadas para
una gran parte de la población española, en tanto que las grandes
fortunas no dejaban de crecer gracias a la especulación, entre ellas
la de la reina madre y su marido. Por otro lado, una vez firmado el
Concordato de 1851 la Iglesia católica recuperó cotas importantes de
poder. En ese tiempo, la llamada Década Moderada, María
Cristina y Fernando Muñoz fueron acumulando desencuentros con
amplísimos sectores de la sociedad española. De hecho, la reina madre se
convirtió en el símbolo de todos los males posibles. Su avaricia, sus
tendencias absolutistas, su ansia de poder, su intervención constante
en la Corte y sus negocios eran objeto de censura en panfletos o en
los corrillos de las gentes.
Cuando estalló la revolución de 1854, fue atacado su
palacio de la calle de Las Rejas y, amenazados de muerte, tuvieron que
huir hacia Francia, a través de Portugal, a finales de agosto,
protegidos por la Milicia Nacional. Sus bienes fueron secuestrados y,
meses después, se constituía en las Cortes una Comisión parlamentaria
que debía investigar qué había ocurrido con las joyas de la Corona y
la forma de gestionar determinados bienes públicos por parte de la
reina madre. El debate parlamentario traspasó las fronteras. La
habilidad del matrimonio Muñoz y Borbón y el cambio de la coyuntura
política, a partir de 1856, atemperaron la situación y no se llegó
mucho más lejos. Pero la pérdida de credibilidad de la madre de Isabel
II había llegado a un punto de no retorno.
A partir de este segundo exilio, María Cristina se
instaló definitivamente en Francia. Su vida, junto a su marido, fue
semejante a la de las familias burguesas enriquecidas de la ciudad de
París, con mansiones en los alrededores de la misma y también en las
ciudades de la costa de Normandía. El poder y el aura monárquica que
conservaba le facilitaron casar a sus hijos, los Muñoz y Borbón, con
personajes de la nobleza europea y española. La fortuna acumulada a lo
largo de su vida le permitió entregarles unas sustanciosas dotes, que
acompañaban a los títulos de nobleza que la propia Isabel II les
había conferido.
María Cristina siguió atenta, desde su exilio, la
evolución de la política española y, especialmente, la conservación
del trono borbónico, pero sus opiniones o consejos no fueron tenidos
en cuenta por Isabel II. Regresó a España en algunas ocasiones para
visitar a sus hijos y, después de 1868, todavía intervino en
cuestiones políticas relacionadas directamente con la familia real,
como la abdicación de Isabel II en su hijo, el futuro Alfonso XII, o la orientación de los estudios del príncipe.
María Cristina falleció el 22 de agosto de 1878 en la
villa Mon Désir, su residencia de Sainte-Adresse, un barrio
residencial de la ciudad portuaria de Le Havre. En el mismo lugar
había fallecido Fernando Muñoz en 1873. La reina Cristina había nacido
en un palacio de una monarquía absoluta y moría en una mansión frente
al mar, en un espacio urbano recién creado para el disfrute de la
alta burguesía francesa. Sin embargo, sería enterrada en el Panteón de
los Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a pesar de
que se había hecho construir una tumba junto a la de su segundo esposo
en la ermita de la Virgen de Riánsares, en Tarancón, y haber
expresado su deseo de ser enterrada allí. Al morir su fortuna seguía
siendo inmensa, su poder político y su prestigio casi inexistentes.
Grabado de La Ilustración Española y Americana (1878).
Copia del último retrato fotográfico
Copia del último retrato fotográfico
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